sábado, 18 de abril de 2015

Cambalaches de supervivencia


Mi día en un mercadillo de aparentes brocanters, no me ha permitido ver más que un par de antigüedades reales, que desentonaban incluso, en un mar sin pretensiones, de productos tal vez sacados de contenedores de basura, o de cajones de las casas, donde se han ido acumulando desde cámaras de fotos que ya no se usan, como utensilios de menaje de hogar y cachivache, más que productos de mercado de brocanters, pero es cierto que todo era de segunda mano.  Y todos se daban la mano. 

Ha resultado que es muy común que uno cambie un apoya-libros, por ejemplo, por una sudadera, o que se intercambien información, o incluso se dejen los teléfonos por si saben de alguna cosa que interesa a alguien, incluido un trabajo, del que se enteren.
Ese apoya-libros, barco partido en dos, lo veo, con el lobo de madera de palmera, una metáfora perfecta
En esta España que sale de la crisis, el calzado de segunda mano, no llega a África, porque hay mercado para esos artículos en la propia España. Vemos ya usual que la gente que rebusca en contenedores sean gente como tú y como yo. Y me ha sorprendido, por ejemplo, que cuando he comentado que mi coche tiene ocho años, el señor de la parada de al lado me ha dado la enhorabuena, porque el suyo ya tiene la mayoría de edad. Y lo ha dicho con la misma tranquilidad con la que yo no oculto, aunque no pregone, que  el pantalón que llevaba hoy, es de segunda mano. Bien es cierto que el modelo de "pata de elefante"  no es fácil de encontrar en el Zara, por decir un lugar donde no compro pero conocido, porque me indigna que se maquile en estado de semi-esclavitud. Ese estado en que nos vamos zambullendo en esta patria común de la Eurozona, por cierto.

He comprado un par de cojines y un Pinocho, que me recuerda las mentiras que ya no puedo creer, con su mochila de libros que nadie valora como base del desarrollo, y cuya carga ahora no implica trabajo ni prestigio, sino peso en los estantes de la vida, que hay que aligerar, llevando los tomos a un mercado de ocasión. Porque la ocasión la pinta en calva. Muchos pobres y además ignorantes, es la mejor semilla de un Estado de opresión.


Tal vez lo que nos salve, sea ese darse la mano, donde cambiamos una hora de inglés, porque nos cosan los dobladillos de los pantalones. Esos de segunda mano, que el mercado de la vida nos obliga a medir, para seguir caminando con la mirada alta, y la sonrisa ancha.  Lo de la lluvia en el pelo, se lo dejamos para Amanda





2 comentarios:

  1. Este Pinocho te recordará lo efímero de los recuerdos, pongos y demás cachivaches, que mediante estas ferias podemos darles una salida digna de nuestras estanterías. Hay culturas, como los anglosajones, que es normal este tipo de mercadillos en todo se vende y se compra, o se intercambia.
    Un beso.

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    1. Para que yo comprara un pongo...ni de explico o que me gustaba y me gusta mirarle. Recordar a Amanda y sus calles mojadas hacia la escuela donde no llegó Victor Jara.

      Mercadillos como vidas, con montar y desmontar paradetas donde explorer los talentos. Un beso

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